Disrupción sonora. La improvisación libre como situación transitiva, comunicación subjetivadora y desborde espacio-temporal

En un ensayo de 1977, Frederic Rzewski repasaba la respuesta de su amigo Steve Lacy cuando le pidió que, en 15 segundos, le explicase la diferencia entre composición e improvisación. Sin dudarlo, su amigo le contestó que “en 15 segundos, la diferencia entre composición e improvisación es que en composición uno tiene todo el tiempo que quiera para pensar lo que va a decir en 15 segundos, mientras que en improvisación sólo tienes 15 segundos”.

Más adelante, en el mismo ensayo, Rzewski marcaba la cancha entre la composición y la improvisación, formulando dos diferencias clave. La primera es que en la música escrita se editan las interrupciones de la vida real, mientras que en la improvisación no se pueden borrar las cosas no deseadas. Más que al orden del texto, la improvisación se asemeja a lo precario e imprevisible de la vida cotidiana. La otra diferencia es que, en la composición, el tiempo puede tener diferentes niveles de indeterminación, pero al final responde a una estructura. En cambio, en la improvisación el tiempo no responde sólo a una secuencia lineal en la que el pasado condiciona el futuro. También es un presente continuo, en el que cada momento es un nuevo comienzo. El momento de la improvisación es el de “estar” en el presente, relacionándose de forma igualitaria; un paraíso donde todo es posible -y donde todo se puede cambiar- mientras dure la improvisación.

Tras medio siglo de acaloradas discusiones y posicionamientos, la histórica disyuntiva entre música compuesta e improvisada parece estar menguando. En cualquier caso, hoy perdió interés y relevancia. La improvisación libre es un medio de comunicación intuitivo y telepático mediado por el sonido (no importa si no es… música). Improvisar implica ser consciente no sólo de un tiempo amplio que empieza antes y continúa después del “set” de improvisación, sino también de un espacio aural que desborda el escenario. Improvisar implica comunicarse en y a través del flujo sonoro primordial del que surgen todas las señales y signos, y al que inevitablemente se dirigen. Sin embargo, la improvisación libre es un tipo de comunicación muy particular. Es el único idioma donde nos comunicamos hablando diferentes lenguajes. Por eso la improvisación nunca puede ser una zapada (puaj!!). Nunca es acompañamiento, sino interrupción; una estética de la interrupción y de la ruptura sistemática de códigos normalizadores. La impro libre forja una comunidad que nace de lo irreductible de cada subjetividad y de estar juntxs en la diferencia (y vamos a dar la vida por defender la diferencia).

La improvisación libre también es un dispositivo, una máquina de subjetivación que a la larga nos permite entender que cualquiera puede improvisar. No se trata de virtuosismo sino de arrojo. Puro arrojo. Por eso el público incómoda, condiciona, aliena la libre improvisación, siendo ésta una práctica puramente horizontal, inmanente y transitiva. No hay canon en los instrumentos, no hay canon en las técnicas, no hay canon en los auditorios. Al mismo tiempo, nunca tuvimos tanto conocimiento y tanta precisión en cuanto a los mecanismos y objetos que hacemos sonar, a nuestras prácticas, estrategias y rutinas de ejecución y escucha, y a los modos en que ocupamos los espacios, dejando en claro que cada vez que improvisamos estamos presentes, situados, en un lugar y en una sociedad específica. La improvisación es, claramente, una acción ética y política; una forma de romper las fronteras entre músicos y no músicos, intérpretes y público. Por eso somos indulgentes con la audiencia, pero, también, les invitamos a moverse de la comodidad burguesa de convertir todo en espectáculo. Los medios de producción sonora nos pertenecen. Por eso, aporreando nuestras latas y cables pelados, brindamos por menos improvisadores entre las personas y por más personas improvisando. Boing, Boom, Tschak! – Manifiesto Impro.